Meteoritos en Hawaii

La multitud corría huyendo de lo que no conocía, los edificios caían a mi alrededor como si el hombre hubiera fallado en sus cálculos, como si la humanidad se hubiera equivocado. Intentaba mantener la calma pero no podía verte, no estabas en ningún sitio. Policía y Ejército intentaban contener la masacre, pero no había nada que hacer: solo se salvarían unos pocos.

Los cuerpos mutilados de los que habían sido alcanzados por Los Visitantes cada vez eran más numerosos. No quería mirarlos, pero tenía que hacerlo, tenía que asegurarme de que tú no estuvieras ahí. A mi alrededor la gente seguía escapando, corriendo con todas sus fuerzas. Algunos me pedían ayuda, otros me apartaban a golpes, pero yo no sentía dolor, no notaba nada: solo quería encontrarte.

Y entonces golpeé algo con mi pie derecho: era una de tus zapatillas, esas que te gustaba decorar cuando no tenías nada mejor que hacer. Sin ser capaz de moverme recorrí una línea recta con la mirada poco a poco: y te vi. Estabas en el suelo, inerte: inerte y destrozada. Las numerosas pisadas de los pobres que intentaban salvar su vida habían mutilado aún más si cabe tu cuerpo, ese que hacía menos de 10 minutos tenía a mi lado. La sangre recorría tu pelo llenando tu castaña melena de unos tintes tan naturales como vomitivos. El fuego acordonaba naturalmente la zona en la que estabas tan muerta y fría como todos esos cobardes, el mismo fuego que ardía en mi interior, el mismo fuego que se iba apagando según bajaba la mirada y contemplaba asqueado tu cuerpo. Tu brazo derecho había quedado machacado por el impacto, ni siquiera se podía diferenciar la carne de los huesos. Y cerré los ojos para siempre.

Me di la vuelta con la mirada vacía. Ya no podía sentir nada, ni lo sentiría más. Una niña de pelo rubio y vestido de flores se acercó a mi pidiendo auxilio, llorando por su madre. La lancé al suelo, quería destrozarlo todo. No sentía placer alguno golpeando el rostro de aquél pequeño ángel, pero tampoco me dolía. Ni siquiera pensaba en nada coherente, solo quería destrozar. Cuando mi puños estaban llenos de sangre y ella ya no podía llorar más me levanté y seguí mi camino: nadie saldría de allí si yo podía evitarlo, nadie iría a ningún sitio si de mi dependía: nadie quedaría para contemplar las cenizas de lo que una vez fuiste.

– Al final no pudiste salvarme, pero no por ello tenías que destruir el mundo.

– No quería un mundo sin ti.