– Solo por esta vez.
Las palabras llegaron a mi desde lejos, muy lejos. Como si vinieran desde otro plano u otra dimensión, una en la cual no existían barreras entre nosotros. Siempre he sido alguien con una gran capacidad de asimilación, pero debía tener cara de tonto, porque ella sonrió y continuó hablando.
– Hoy te dejaré ser, y seremos. No habrá muros ni barreras, no habrá fronteras ni limitaciones. El 29 de febrero será el día en el cual, por una vez, fuimos.
Demasiado simbólica, pensé. Me costaba seguir el hilo de lo que me quería decir, aunque ella parecía tenerlo bastante claro, y a juzgar por su cara de incredulidad, debía pensar que yo lo iba a captar a la primera. Y realmente no era algo difícil de entender, pero cuando te dan una noticia así, el golpe es tan fuerte como si te despertaran dando golpes a una olla colocada sobre tu cabeza. El silencio se prolongó durante unos segundos más. A mi no me molestaba: el silencio, si es con la persona adecuada, puede ser el más bello de los sonidos. Pero a Laura nunca le gustó, se sentía vacía. Supongo que por eso siempre le gustó vivir en la ciudad.
– Creo que te quiero entender, pero ahora mismo mi cabeza vibra como la campana de la iglesia.
Me cogió de la mano y, acercándose un poco más a mi, me hablo despacio y en voz baja.
– Siempre quisiste que fuéramos. Siempre anhelaste que la distancia que nos separa se fundiera como la nieve con la llegada de la primavera. Quisiste que fuéramos una canción de Los Piratas, pero al final siempre nos parecimos más a Los Planetas, y tú acababas siendo el protagonista de todas las historias tristes. Hoy podremos ser Los Piratas. Y Love of Lesbian. Y Supersubmarina. Y no seré como Cenicienta, no tendré que marcharme a las 12: también te concedo la noche.
Dolor. Martilleo. Velocidad. Es en todo lo que podía pensar. Mi cabeza iba a bordo de una montaña rusa, de esas que tienen tres o cuatro «loopings» seguidos y te dejan anonadado. Mientras tanto, mi cuerpo seguía allí, en aquella habitación dónde era 29 de febrero y el tiempo estaba corriendo en mi contra: porque el 29 de febrero no dura para siempre. Estaba aterrado.
– ¿Y qué haremos cuando el día termine? ¿Qué haré yo cuando te marches y ya no sea nunca más 29 de febrero?
Laura bajó la cabeza y esbozó una sonrisa de las que te congelan el alma y el corazón. Ella sabía lo que yo iba a decir, y tenía su respuesta preparada. Quién sabe cuánto tiempo estuvo meditando decidirse a decirme todo esto.
– Entonces dejará de ser 29 de febrero, y dejaremos de ser. Vega y Altair solo pueden verse una vez al año, y todos se ponen muy contentos cuando eso ocurre. Y ellos seguro que también. Es solo una vez, pero disfrutan del tiempo juntos, disfrutan de la noche en la que al fin vuelven a poder mostrarse su amor. Nosotros tendremos el 29 de febrero.
Ella siempre era así. Recurría a historias lejanas traídas de otros países para justificar un argumento que de otro modo sería egoísta y áspero. Pero lo hacía muy bien. Tenía algo atrayente, y no solo para mi. Era como si al mirarla de lejos, su campo gravitatorio se centrara en uno y lo absorbiera poco a poco, hasta tenerlo al lado y dando vueltas a su alrededor como un carrusel abandonado que nadie quiere ya. Yo era ese carrusel y ella la niña que de repente recordó lo bien que lo pasaba jugando con el.
Hablé, aunque no tenía mucho que decir. No había mucho que yo pudiera aportar.
– Entonces… ¿29 de febrero?
Ella volvió a sonreír. Acercó su cara a la mía y me dio un fugaz beso en los labios. Si yo no tenía el suficiente miedo, ella se aseguró de que así fuera. Laura habló por última vez, o al menos es lo último que yo recuerdo.
– Así es, tenemos el 29 de febrero. Y cuando dentro de 4 años vuelva a ser 29 de febrero, recordaremos como desde que pudimos ser, no hemos desperdiciado ni uno sólo de nuestros días.